
Cada verano parecía contener algo latente que crecía con nosotros inconscientes a todo.
El tiempo se alargaba interminable, no existía, solo el espacio que habitábamos era real.
Aquellas tardes nos dormíamos con el ruido del viento que precedía al calor silbando entre los pinos y las ramas agitandose en la ventana. Cerraba los ojos viendo las manchas de sol desenfocadas proyectadas en la pared, y el tiempo discurría lento como una eternidad...
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